viernes, 31 de agosto de 2012

AL OTRO LADO DEL ESTRECHO



Buenas, soy Juanan, ya me habréis leído en entradas antiguas, hoy os planteo algo diferente, pues la opinión se hace desde la experiencia, y la experiencia de hoy ha dejado una gran mella en mí, la extrema pobreza en Marruecos. Para seguir mi trayectoria, podéis encontrarme en twitter como @JuananGr, o en mi blog “Caminante por el Cielo”. ¡Espero que os guste!

Acostumbramos a ver la extrema pobreza de los países en la televisión, sentados en nuestro cómodo sofá con un café o un aperitivo, nos afecta ver la situación de gente que no tiene lo suficiente para subsistir, nos toca la moral ver esos parajes tan alejados de nosotros en los que personas como nosotros mueren de hambre. Si nos estremece desde nuestro país, no quiero decir como lo hace cuando lo vives.

Cruzas el estrecho de Gibraltar y cambia el panorama, parece otro mundo, lo que creemos que no es tan diferente da un giro de 180 grados, la gente anda kilómetros para encontrar agua potable en el campo, y en las ciudades la pobreza se manifiesta en las mismas aceras, cientos de personas en la misma calle piden para vivir, es escalofriante, desde niños de 4 años hasta ancianos de 70 años viven en soportales, entre cartones, o en los sitios donde les abren las puertas.

¿Y qué hacemos nosotros? Tiramos toneladas de comida a los contenedores diariamente mientras en estos países dan gracias a su dios el día que pueden comer algo, desechamos ropa que está “fuera de moda” mientras que algunos tienen que andar descalzos por unas calles llenas de peligros porque el poco dinero que tienen lo gastan en comida; la realidad asusta vista así, pero más asusta verla en vivo.

Hoy andando por un barrio de Casablanca, en una callejuela nos cruzamos a un hombre de unos 30 años con dos niñas, una de unos 8 años y otra con unos 5, y un niño cogido en brazos de menos de 3 años; y el hombre nos miró sin extender la mano, mi padre le dio unas monedas, lo suficiente como para que pudieran comer los 4 durante el día, y yo, que había comprado un paquete de 6 galletas, lo repartí entre los niños. Si la cara de agradecimiento del padre era sincera, la de los niños la multiplicaba, la niña pequeña sonrió como ningún niño de España he visto que lo haga, la niña mayor me miró sonriente y con las lágrimas saltadas, y el pequeño me habría dado un abrazo si no hubiera estado en los brazos del padre... Sus caras de alegría y agradecimiento han sido las más sinceras que he visto en mi vida, su felicidad se veía a través de sus ojos… Cuando estábamos yéndonos, el padre nos dirigió unas palabras en su idioma con la mano en el corazón, habíamos hecho a sus hijos felices por un rato, yo no podía hablar, y de hecho, ahora mismo me cuesta escribir, es difícil describir esto con palabras, pues son personas como nosotros, pequeños como los que vemos todas las mañanas ir a la escuela, personas que luchan por la supervivencia.

No elegimos donde nacemos, pero sí podemos cambiar la situación de los que nacerán en el futuro en estos lugares, entre todos podemos colaborar.

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