Buenas, soy Juanan, ya me habréis leído
en entradas antiguas, hoy os planteo algo diferente, pues la opinión se hace
desde la experiencia, y la experiencia de hoy ha dejado una gran mella en mí,
la extrema pobreza en Marruecos. Para seguir mi trayectoria, podéis encontrarme
en twitter como @JuananGr, o en mi blog “Caminante por el Cielo”. ¡Espero que
os guste!
Acostumbramos a ver la extrema pobreza
de los países en la televisión, sentados en nuestro cómodo sofá con un café o
un aperitivo, nos afecta ver la situación de gente que no tiene lo suficiente
para subsistir, nos toca la moral ver esos parajes tan alejados de nosotros en
los que personas como nosotros mueren de hambre. Si nos estremece desde nuestro
país, no quiero decir como lo hace cuando lo vives.
Cruzas el estrecho de Gibraltar y
cambia el panorama, parece otro mundo, lo que creemos que no es tan diferente
da un giro de 180 grados, la gente anda kilómetros para encontrar agua potable
en el campo, y en las ciudades la pobreza se manifiesta en las mismas aceras,
cientos de personas en la misma calle piden para vivir, es escalofriante, desde
niños de 4 años hasta ancianos de 70 años viven en soportales, entre cartones,
o en los sitios donde les abren las puertas.
¿Y qué hacemos nosotros? Tiramos
toneladas de comida a los contenedores diariamente mientras en estos países dan
gracias a su dios el día que pueden comer algo, desechamos ropa que está “fuera
de moda” mientras que algunos tienen que andar descalzos por unas calles llenas
de peligros porque el poco dinero que tienen lo gastan en comida; la realidad
asusta vista así, pero más asusta verla en vivo.
Hoy andando por un barrio de
Casablanca, en una callejuela nos cruzamos a un hombre de unos 30 años con dos
niñas, una de unos 8 años y otra con unos 5, y un niño cogido en brazos de
menos de 3 años; y el hombre nos miró sin extender la mano, mi padre le dio
unas monedas, lo suficiente como para que pudieran comer los 4 durante el día,
y yo, que había comprado un paquete de 6 galletas, lo repartí entre los niños.
Si la cara de agradecimiento del padre era sincera, la de los niños la
multiplicaba, la niña pequeña sonrió como ningún niño de España he visto que lo
haga, la niña mayor me miró sonriente y con las lágrimas saltadas, y el pequeño
me habría dado un abrazo si no hubiera estado en los brazos del padre... Sus
caras de alegría y agradecimiento han sido las más sinceras que he visto en mi
vida, su felicidad se veía a través de sus ojos… Cuando estábamos yéndonos, el
padre nos dirigió unas palabras en su idioma con la mano en el corazón,
habíamos hecho a sus hijos felices por un rato, yo no podía hablar, y de hecho,
ahora mismo me cuesta escribir, es difícil describir esto con palabras, pues
son personas como nosotros, pequeños como los que vemos todas las mañanas ir a
la escuela, personas que luchan por la supervivencia.
No elegimos donde nacemos, pero sí
podemos cambiar la situación de los que nacerán en el futuro en estos lugares,
entre todos podemos colaborar.
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