Ahí estais los dos, manteniendo fija la mirada el uno en el otro, totalmente evadidos de lo que sucede a vuestro alrededor, sin mirar ni pensar en nadie, manteniendo solamente la mirada.
Teneis muchas cosas que deciros, pero no lo haceis, porque al fin y al cabo no teneis valor y sólo conservais el miedo a haceros daño mutuamente, a destrozaros el alma y a amargar durante varios dias vuestra existencia.
Pasan los minutos y ahí seguís, totalmente quietos, esperando que uno inicie la conversación y de fin a este desconcierto. Ambos habéis cedido el uno por el otro demasiadas veces, y estáis cansados de mantener algo inexistente, algo que ha acabado por destrozar todo lo que había a vuestro alrededor.
Lo habéis perdido todo, y ya no os queda nada, ni tan siquiera os tenéis a vosotros mismos para ofrecer ayuda y consuelo. Sólo queda presenciar ese final que una parte de vosotros desea ver desde hace tiempo, esa parte que desea que se elimine ese peso de aguantaros día tras día, y que siente que si acabáis con esta farsa, ambos seréis felices.
Pero todos saben que eso no es así, que esto no es como un chicle que te cansas de él y lo arrojas a la papelera. Os duele teneros en frente, y no poder articular ni una sóla palabra ni para lanzaros un improperio, ya que os falta valentía para enfrentaros.
Así pasa el tiempo hasta que os cansáis de miraros y entonces os dais la vuelta y seguís vuestro camino. Os habéis tenido frente a frente pero no había nada que decir, ya que aunque nadie se de cuenta la mirada ha sido vuestro medio de comunicación, las palabras han sobrado y cuando decidistéis marchar, todo estaba dicho.
Ya sólo queda un amplio desierto entre los dos, y una brecha que ya es imposible de curar.
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